
Lo miré fijamente a los ojos y algo raro note en su mirada. Intuía que mi presencia lo incomodaba. Me lo confirmó. Me levanté, tome mis cosas y me marche. Sinceramente no sabía hacia dónde estaba caminando.
Caminé y me detuve en una plaza. Me senté en un banco. El viento soplaba fuertemente y con él mis pensamientos fluían.
Recordé, armé y reconstruí aquel acto, ese que me condujo a esa plaza.
Mis ojos comenzaron a expulsar lágrimas, sin motivo alguno. En eso distinguí una figura, borrosa. Cada vez se acercaba más hacia mi. Miré a mi alrededor para comprobar que sola me encontraba y que aquella persona no buscaba a nadie más que a mi.
Entre tanto silencio decodifiqué una palabra, una simple palabra, pero su simpleza detuvo mi llanto. Levanté la mirada. Aquella figura había dejado de ser borrosa y lo distinguí. Era él: ojos cafe, pelo revuelto.
Me encontraba atonita. Una vez más no comprendía aquella escena -debo confesar que soy una espectadora muy dristraida-.
Se sentó a mi lado, me abrazo y pronunció nuevamente aquella palabra tan absurda para dicha ocasión. Miré sus ojos, todavía escondía aquello que tanto temia encontrar.
Me levante y comence a correr. Corrí sin detenerme.
Hoy en día sigo corriendo, temiendo encontrar aquello que no deseo buscar.
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