Y nos quedamos en la cama, quejándonos del frío y de la mañana.
Sin pereza alguna, comenzamos a revolcarnos y a deshacer aquel fenomeno de cuatro patas. De izquierda a derecha, de arriba hacia abajo.
Nuestros cuerpos se rozaban, nuestros labios sonreían; mientras nuestros brazos se enredaban en aquel abrazo matinal.
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