En la época en que los árboles comienzan a desnudarse; en aquella época en que los pájaros dejan de cantar, en aquella época te... conocí.
Los árboles parecían danzar exhibiendo sus torsos desnudos, los pájaros cantaban jugando de octavas en octavas.
Todo resultaba maravilloso, sorprendente. Su presencia pintaba de acuarelas cada lugar que pisaba y mi existencia cobraba sentido a su lado.
Una noche, aquella en que la luna deleitaba con su presencia y las estrellas la acompañaban, aquella noche decidió partir, excusando al corazón por haber fracasado.
Contemplé su partida al mismo tiempo que mis ojos comenzaron a nublarse. Quise correr detrás de su figura pero algo me sujetaba de la planta de los pies. Sentía como mi corazón estallaba en mil pedazos, mi cuerpo comenzaba a desvanecerse lenta y torturablemente, hundiéndose en la tierra como si esta fuese hambrienta arena movediza.
No pude precisar con exactitud cuánto tiempo estuve inconsciente con mi cuerpo tieso e inmóvil sobre la húmeda tierra.
Todo parecía estar tal cual lo había dejado mi soledad: los árboles desnudos exhibiendo sus cadavéricos cuerpos, los pájaros emitiendo sordos cantos fúnebres. Contemplé aquella escena salida de una película gótica y comprendí que yo era quien la protagonizaba.
Pasé el resto de mi vida esperando a que aquel film finalizara y comprendí que era eterno. Los árboles no volverían a vestirse, ya no cantarían los pájaros, aquel gris no sería pintado de acuarelas nuevamente y mi corazón no volvería a latir.
Comprendí que sería eternamente suyo: el color, el canto, el dolor; la espera.
Así fui consumiendo mi vida, junto a la soledad y los recuerdos efervescentes de su paso por aquí.
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