Su silencio removía su pensar. Mi respiración y la suya era lo único que se escuchaba. Al rato distinguí otros sonidos: el "tic-tac" del reloj y el latir de nuestros corazones, que formaban una extraña melodía a contratiempos.
Me miró y yo sostuve mi mirada de manera desafiante, me tomó del brazo bruscamente y con la otra mano acarició mi rostro: labios, nariz, pera, mejillas. Un escalofrío recorrió mi cuerpo haciendolo sobresaltar.
Mi mirada desafiaba con más insistencia, en cambio la suya se dio por vencida. Ya no era una mirada "agresiva", era una mirada sencible y transparente.
Enseguida comprendí aquel lenguaje, pero no supe que responder.
Miré nuevamente aquellos ojos sencibles. Algo no andaba bien.
Se me hizó agua la vista y perdí conexión alguna con los ojos de mi "acompañante". Levanté la vista y con un vergonzoso perdón me despedí.
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